No es por estar más viejo o menos tolerante, como siempre se me acusa. Quienes estudian, analizan y reflexionan sobre eso que mantiene unido al mundo y que se conoce como música, han postulado que ésta (globalmente hablando), siempre cumple con ciclos denominados “olas” (a la usanza de Alvin Toffler) que chocan entre ellas en un proceso que emula el símbolo del infinito.
Si lo que escuchamos es producto de la influencia mediática, nuestra educación, entorno, posibilidades y estado anímico, entonces podemos pensar que no se trata de un asunto tan simple como el que supone prender la radio o echar a correr el winamp y llenarlo de mp3s de forma de sentirnos “agradados”.
Nuestra formación individual nos lleva a recibir como base la música que escuchan nuestros padres lo que puede marcar nuestras tendencias como también traumarnos. Se supone que si tus viejos escuchan a The Beatles, Beethoven, Mozart o algo “adecuado”, podríamos hablar de una buena base. Pero la verdad de las cosas es que la mayoría de las veces lo que recibimos es una melcocha de canciones impuestas por moda, las radios (hang the dj, hang the dj como cantaban The Smiths) y con harta suerte, algunas melodías que quedan de esos discos que la industria introdujo bajo el concepto de música para hacer a los bebés inteligentes.
Sin embargo, todos sabemos que eso es un chiste. Lo que más se traga es pop. (Sucio y asqueroso). Pop comercial y por lo tanto, desechable.
Entre nosotros, ¿cuándo fue la última vez que compraste un disco original?, no nos pisemos la capa entre súper hérores (o la manguera entre bomberos, para hacerla más pop) y preguntémonos cuándo fue la última vez que escuchamos un disco original. El mp3 es lejos más cómodo y blah, blah, blah, pero también condena a la música a convertirse en una mera anécdota, en una descarga constante por Ares, Limewire o lo que sea. Limita al cantante a los tres minutos y elimina por completo el concepto de disco (o album).
Suma a esto las corrientes de influencia directas en la sociedad como Mtv (o empty-ví, como quieras) e internet (o internerd) que al formar equipo con la tecnología ha permitido que chicherías como los pendrives reproductores de emepetrés desplacen a los ya generacionales walkman.
Si antes los viejos entregaban sus vinilos a sus hijos y éstos, a su vez los cassetes o cidís a su familia, ¿hoy qué heredaríamos?. ¿Discos con emepetrés?, ¿pendrives con reggaetón para decir: “mira hijo, ésta es la música con la que conocí a tu mamá”?. Tal vez hay algo que no está funcionando…
Si lo que escuchamos es producto de la influencia mediática, nuestra educación, entorno, posibilidades y estado anímico, entonces podemos pensar que no se trata de un asunto tan simple como el que supone prender la radio o echar a correr el winamp y llenarlo de mp3s de forma de sentirnos “agradados”.
Nuestra formación individual nos lleva a recibir como base la música que escuchan nuestros padres lo que puede marcar nuestras tendencias como también traumarnos. Se supone que si tus viejos escuchan a The Beatles, Beethoven, Mozart o algo “adecuado”, podríamos hablar de una buena base. Pero la verdad de las cosas es que la mayoría de las veces lo que recibimos es una melcocha de canciones impuestas por moda, las radios (hang the dj, hang the dj como cantaban The Smiths) y con harta suerte, algunas melodías que quedan de esos discos que la industria introdujo bajo el concepto de música para hacer a los bebés inteligentes.
Sin embargo, todos sabemos que eso es un chiste. Lo que más se traga es pop. (Sucio y asqueroso). Pop comercial y por lo tanto, desechable.
Entre nosotros, ¿cuándo fue la última vez que compraste un disco original?, no nos pisemos la capa entre súper hérores (o la manguera entre bomberos, para hacerla más pop) y preguntémonos cuándo fue la última vez que escuchamos un disco original. El mp3 es lejos más cómodo y blah, blah, blah, pero también condena a la música a convertirse en una mera anécdota, en una descarga constante por Ares, Limewire o lo que sea. Limita al cantante a los tres minutos y elimina por completo el concepto de disco (o album).
Suma a esto las corrientes de influencia directas en la sociedad como Mtv (o empty-ví, como quieras) e internet (o internerd) que al formar equipo con la tecnología ha permitido que chicherías como los pendrives reproductores de emepetrés desplacen a los ya generacionales walkman.
Si antes los viejos entregaban sus vinilos a sus hijos y éstos, a su vez los cassetes o cidís a su familia, ¿hoy qué heredaríamos?. ¿Discos con emepetrés?, ¿pendrives con reggaetón para decir: “mira hijo, ésta es la música con la que conocí a tu mamá”?. Tal vez hay algo que no está funcionando…