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Sandro

Sandro, el gitano, fue como una aparición. Los recuerdos de esa voz temblorosa atravezando el dial am de Copiapó en los ochenta o presentandose como un gran caballero en estelares de tv lo hacían ver sólo como un personaje distinto dentro de una amplia gama de bostas insignes que nos regalaron los años 80 y que hoy, el kitsh y la nostalgia al peo, nos quieren hacer ver como una gran época.

Lo bueno de la explosión de internet y la llegada devastadora del mp3 fue que, más allá de poder bajar la discografía de nuestros cantantes favoritos, nos permitió mirar atrás y comprender todo el universo de películas y música que nos habíamos perdido o que costaba demasiado conocer y valorar.

La histeria casi ridícula hacia el Gitano en Argentina resultaba incomprensible, pero si alguna gracia tienen los discos de covers es que te permiten apreciar la idea principal bajo un nuevo contexto, en una nueva envoltura. Y técnicamente el disco de rock de Tributo a Sandro, hace eso. Es una mugre de disco, tal vez las versiones les hacen un flaco favor a las originales, pero cumple la función de mostrarte las canciones, las ideas, como algo más cercano que esa melodía que oíste con tu nana o tu vieja en la cocina, cuando cocinaba y tu eras chico.

Tienes que pensar que ya eras un jóven adolescente, un yovanko, cuando los genios de Chilevisión cambiaron las interminables peliculas de Cantinflas por las de Sandro, todo para esperar las luchas libres que les sucedían.

Lo malo es que este tipo no dejaba nunca de fumar, ah. Se dice que el cantante de la voz quejumbrosa reducía a cenizas unos 80 cigarrillos al día. Si calculas que el tipo dormía unas 8 horas diarias, eso significa ke prendía un pucho cada 12 minutos. Si te demoras 5 a 7 minutos en fumarte un pucho, eso te deja poco más de 5 minutos en que el tipo no taba echando humito. ¿Qué tal?.

Tirado de las mechas, ah, más si trabajas con tu voz.

Pero da lo mismo. Porque Sandro cuando tú y yo nacimos ya era grande y todo lo que tenía que hacer, ya lo había hecho. Capaz que sea responsable incluso de tí y de mi y sus más reconocidos temas eran ya clásicos cuando ni siquera sabíamos reconocer quién era este tipo de patillas grandes.

Yo me acuerdo de esos veranos terribles en los que no se podía pensar en nada y que ese disco volante y doble mecía los árboles después de almuerzo.

“Si Sandro se nos vá, mi amor, es como si se nos fuera todo al infierno, que nos trague el diablo y que toda esa pasión inmensa se convierta en arena”, te decía, mientras nos derretíamos en esa pieza chiquita.

¿Te acuerdas que Sandro se murió ese verano? Acuérdate que se llevó todo, incluídos sus trajes de humita a la tumba. Acuérdate que estabamos indignados porque la peor cantante chilena le hizo bolsa una de sus canciones más lindas en el disco de tributo. Que nadie hizo escándalo en la radio y que no hubo especiales que honraran su aporte a la música, como los que habrán cuando muera Er Niño Raphael. Que te indignaste tanto que sólo querías ir al norte cuando yo sólo pensaba en ir al sur; mientras que en la pieza sólo quedó el gitano, temblando en el aire por tus labios de rubí, de rojo carmesí…

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